viernes, 7 de agosto de 2009

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Sobre una escalera de cemento en una plaza interminable, rodeada de mucha, muchísima gente, sobre un colchón y cubierta con mantas que no dejaban ver más que un bulto había una niña alta y delgada. No se por qué, ni cómo, ni cuando; pero sabía que esa niña había sido abusada, torturada, maltratada y humillada.
Pasaron horas.
Caminaba por la plaza, pase por las orillas de ese colchón que mostraba, triste y desolado, manchas de sangre sobre él. Seguí. Caminé varios metros y podía ver como ella despertaba, asomaba su larga cabellera negra y su gran flequillo por sobre las mantas, abría dos grandes ojos casi negros y miraba todo a su alrededor. No tendría más de 12 o 13 años. Voltee a mirarla y a sus espaldas, parados y apunto de asechar había varios osos marrones y gigantes parados en dos patas. La miré y le grité que corra, que venga conmigo. Levantó su cuerpo tan delgado y comenzó a correr hacia mí sin mirar atrás.
La tomé y corrimos juntas, trataba de protegerla todo el tiempo, de que se sienta segura y cuidada, pero no sabía para donde huir. Busqué un lugar donde esconderme y vi un edificio donde la puerta de entrada se estaba cerrando. Corrí para alcanzarla pero la puerta se cerró, pero rebotó y se volvió a abrir. Entré corriendo, apresurada llevándola a ella conmigo. Las paredes eran de vidrio y logré ver del otro lado a la encargada del edificio que me hacia señas diciéndome que no podíamos estar ahí. Le grité que corra, que estaba en peligro, pero los vidrios que nos dividían no la dejaron escucharme. Mientras subíamos al ascensor, mientras la puerta se cerraba, pudimos ver las dos como los gigantes osos la alcanzaban y destrozaban con furia. Sin decir ni una palabra seguimos subiendo en el ascensor que se movía de manera extraña, como banboleandoce hacia los costados. Podíamos ver a través de una ventana del ascensor que algunas personas nos pedían ayuda desesperados y no podíamos hacer nada. Solo estábamos nosotras dos, nadie más que nosotras dos.

Fue en ese instante, en ese preciso momento que mi cuerpo se estremeció, el estomago me comenzó a doler y desperté. Desperté con una tristeza profunda y un terror tremendo inundaba todo mi ser. No logré volverme a dormir sin tener pesadillas terriblemente angustiantes, pero con escenas normales, que nada tienen fuera de lo común. Cada sonido, cada sensación me despertaba y el pecho se me un día y un dolor inmenso sentía en el corazón.

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